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1935: Chaves Nogales, Elvis y la devoción de Federico

El Penitente
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1935: Chaves Nogales, Elvis y la devoción de Federico

«Los dos enemigos natos de la Semana Santa son el cardenal y el gobernador, el representante de la Iglesia y del Estado. El buen capillita se pasa la vida hablando mal de ellos y protestando contra sus decisiones. Claro está que, como el cofrade es por principio hombre religioso y ciudadano pacífico, no puede ponerse abiertamente en lucha con los representantes de la Iglesia y el Estado, pero en realidad, su obra, las cofradías, se ha ido haciendo a espaldas de ambos, y muchas veces a su pesar».

Así describía en el diario «Ahora» el periodista sevillano Manuel Chaves Nogales, la Semana Santa Santa que se encontró en la Sevilla de 1935. Y es que aquel, no fue un año cualquiera. En 1935, vio la luz ‘Donde habite el olvido’, de Luis Cernuda, Fred Astaire nos enamoró junto a Ginger Rogers en Sombrero de copa y Europa asistía estupefacta a la invasión de Etiopía por las tropas de Mussolini. Asimismo, el mundo dio la bienvenida a Elvis Presley, que nacería el 8 de enero en Memphis. También lo hicieron ese año Pavarotti y Woody Allen, mientras que despedía para siempre a Carlos Gardel y Lawrence de Arabia. Tampoco fue un año cualquiera ni en lo político ni en lo social en una España que disputaba su primera Vuelta Ciclista y que estrenaba gobierno conservador en la II República. Fue el de otra vuelta, la de las procesiones a las calles tras años sin hacerlo debido al convulso contexto político que se vivía en el país, de ahí que aquella Semana Santa, pese a afanarse por calificarla de «normal» por la prensa de la época, fuese de todo menos ortodoxa. En muchos aspectos fue excepcional, fue la Semana Santa de los estrenos, la de la precariedad, y la de, en palabras del escritor y periodista Roberto Arlt, la de la extraña mezcla de religiosidad y de fiesta, de devoción y de lujuria, de estabilidad y de guerra presentida.

Aquel 14 de abril de 1935, Domingo de Ramos, un Federico García Lorca de 36 años (no cumplirá los 37 hasta el 5 de junio) llegaba a Sevilla por la mañana, tras hacer una noche de camino en coche. Los compañeros de viaje eran Juan Ramírez de Lucas, su hermano Otoniel y la novia de éste. Acuden a la capital invitados por Joaquín Romero Murube quien insistentemente les convenció para vivir aquella Semana Santa de la excepción. Conocemos este viaje de Federico a Sevilla a través del relato novelado que realizó Manuel Reina en ‘Los amores oscuros’ donde aborda los últimos años de García Lorca junto a su último amor, Ramírez de Lucas, el crítico literario que dejó escrito en sus diarios aquella experiencia del autor de Poeta en Nueva York en la Semana Santa de Sevilla.

Alojados por mediación de Romero Murube en el hotel Alfonso XIII, renombrado en los años republicanos como Andalucía Palace, Reina narra que el Domingo de Ramos de este grupo de recién estrenados capillitas, con Murube como cicerone comienza en San Jacinto, acudiendo a ver a la Virgen de la Estrella gracias a la influencia del poeta sevillano, que les permite entrar en la iglesia conventual y deleitarse con la delicadeza de sus rasgos, en los que sí aparecía claramente la mano femenina y casi amorosa de aquella escultora barroca a la que señalaban como su autora: la Roldana. Federico asiste a las primeras chicotás desde el interior. Luego acompañan a la Estrella en su triunfal discurrir por el barrio. Llegan los días grandes.

La Semana Mayor que conoció nuestro poeta más universal fue la de la Hiniesta desde Santa Marina con estrenos del paso de Cristo, del techo del palio y del simpecado de Carrasquilla en el que aparecía la Virgen calcinada por el fuego vestida de hebrea y bordada en sedas de colores. También el de la emoción en la lectura del artículo de Sánchez del Arco por un grupo de jóvenes ante las ruinas calcinadas de San Julián. Fue el del regreso de la hermandad de los Negritos, suspendida desde 1930, de estrenos en las capas de las Cigarreras, de los antifaces de Montesión, del nuevo rostro de la Dolorosa de la Quinta Angustia y de las nuevas jarritas del palio de la Exaltación.

Pero, sobre todo, año de emoción en la madrugada. Tres años después, volvía a salir el Gran Poder y Federico García Lorca lo esperaba con expectación. La foto de Serrano del paso del Señor sería portada de ABC, foto remitida por avión, en tiempos donde no existía internet y las cámaras de Fernando Delgado rodaban el regreso del la Hermandad de San Lorenzo por la calle Palmas, actual Jesús del Gran Poder, para la película “Currito de la Cruz” que se estrenaría al año siguiente. Según el autor del libro, a Federico lo que más le llega es el Gran Poder y las dos Esperanzas. García Lorca se jactaba y decía que qué suerte que Sevilla tenga dos Esperanzas cuando las personas en su vida solo tienen una. Juan Ramírez narra que estaba ya muy avanzada la Madrugá sevillana cuando se acercan a los aledaños de la catedral. El cansancio de tantos días y tantas horas no había causado mella en nosotros. Murube insistió en llegar a la plaza Virgen de los Reyes para ver salir a la Macarena, la gran devoción de Federico. El afecto por la que estaba en San Gil le llegó a través de su gran amigo y casi hermano Ignacio Sánchez Mejías y con especial emoción asistió a la salida de La Virgen de La Esperanza, de la iglesia mayor hispalense. El escritor pone en boca de Federico: Mirad esa belleza de reina andar con torería. Como si estuviese haciendo el paseíllo.
La ven abandonar la plaza entre el jolgorio de guapa, guapa. Se sorprenden cuando desde los balcones le lanzan pétalos de flores mientras la siguen hasta el final de la calle, Juan Ramírez describe que “se vio sorprendido por el gran fervor del poeta con su emoción a flor de piel de nuevo. Creo que esa era una de las razones de su éxito: que él sentía al pueblo sin falsos paternalismos, como algo suyo, y al mismo tiempo se sentía parte de él y valedor de los más desfavorecidos.” Y en esa realidad que es el universo poético de Federico García Lorca, tuvo un hueco especial la Virgen de la Esperanza. Y también en su corazón: «En mi vaso la luna redonda, ¡diminuta!, se ríe y tiembla. Pepín: ahora mismo en Sevilla visten a la Macarena. Mi corazón tiene alamares de luna y de pena.»

El poeta y autor de Yerma cayó rendido ante la dualidad sevillana que expresó Chaves Nogales así en su artículo de ‘Ahora’: «Entre la cofradía del Silencio y la Macarena, el alma sevillana juega libremente todas sus apetencias y se llevar por los más varios requerimientos. El pie descalzo del penitente y la barriga llena del cofrade, el ayuno y las torrijas, la meditación y el vino».

Texto: Juan Miguel Sánchez @juanmi_sanchez_

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