Arte | El cálido abrazo a la cruz. La iconografía de Jesús Nazareno.

Las gélidas temperaturas de enero tienen sabor a torrijas y huelen a papeletas de sitio recién impresas. También huelen a cera tiniebla y a denso incienso de ruan. Y es que muchas son las Hermandades y Cofradías de Sevilla y su provincia que, coincidiendo con la solemnidad del Dulce Nombre de Jesús, celebran estos días los cultos y besamanos de sus Nazarenos. Ya desde San Lorenzo, el Señor del Gran Poder celebra su Epifanía con el primer quinario del año, al que le siguen Pasión o Jesús de Las Penas, entre tantos otros, en un edulcorado anuncio de lo que está por venir… Un frío tiempo para buscar cobijo en el cálido abrazo de Jesús Nazareno, forma original de la representación de Cristo llevando la Cruz. Una iconografía que se extendió desde comienzos del siglo XVI y vino a ampliar las principales devociones sevillanas de los siglos anteriores, la del culto a la Vera-Cruz, Sangre, Cinco Llagas y a la Virgen.

Con un origen tardío, la primera imagen del Nazareno se remonta al año 1300. Es cuando el banquero Enrico Scrovegni encarga la construcción de un palacio y una capilla privada en Padua, de la que se conserva la pequeña iglesia, símbolo de la obsesión de Enrico por la salvación del alma de su padre, Reginaldo Scrovegni, notorio usurero de Padua y al que Dante Alighieri situó en el Infierno de su “Divina Comedia”. A Giotto fueron confiados los muros laterales de la capilla, conjunto fundamental en la Historia del Arte, donde se narran diferentes pasajes de la vida de Cristo, entre los que encontramos la escena del camino del Calvario, en la que Jesús carga la cruz sobre sus hombros ante la Puerta Dorada, rodeado por un tumulto, en soledad, portándola a modo de abrazo, con el extremo del madero más corto en la parte superior y el más largo abrazado, con una fuerte carga simbólica.

Tras el Concilio de Trento la expansión de esta nueva iconografía fue mucho más notable, abriendo camino definitivo a las cofradías de Jesús Nazareno, que no llegaban a ser un tercio respecto a las dedicadas al Crucificado en el último tercio del siglo anterior. La representación, además, ofrecía novedades y mayores posibilidades escenográficas e iconográficas para sus pasos de misterio, permitiendo ceremonias añadidas como los encuentros con el paso de palio, ceremonias como la humillación de la Hermandad del Silencio o incluso la bendición de los fieles por mecanismo articulados en las imágenes del Nazareno.

El abrazo a la cruz fue la representación del Nazareno durante todo el siglo XVI. Hacia 1528 ya aparece en el retablo mayor de la Catedral, entre expresivos sayones y peculiares soldados entre los que destaca uno que toca la trompeta, secundario que se mantendría durante mucho tiempo en otras escenas pasionistas. De la segunda mitad del siglo es el conocido nazareno de los Ajusticiados que realizó el pintor Luis de Vargas, una pintura en una capilla abierta a la que se encomendaban los ajusticiados que circulaban en procesión desde la Cárcel Real. En nuestra Semana Santa actual, encontramos esta primitiva iconografía en las imágenes del Nazareno del Silencio, de 1609, atribuida tradicionalmente a Francisco de Ocampo aunque las últimas corrientes se inclinan por atribuirla al escultor Gaspar de la Cueva. También en el de la Hermandad de la Corona, talla de autor desconocido, en madera policromada, datada aproximadamente en el último cuarto del Siglo XVI y, posiblemente, en el actual Nazareno de la Candelaria, antiguo titular de la extinguida Hermandad de la Antigua y siete Dolores que pudo portar la Cruz al modo original. Excepciones que fueron la regla en la Edad Media y durante buena parte del siglo XVI.

El siglo XVII reorientaría la representación de Cristo portando la Cruz hacia el modelo que hoy conocemos como más habitual, aquel en el que Jesús abraza el palo más corto de la cruz, iconografía que permite colocar en mejor posición la figura de un Cirineo y de otros personajes. Esto nos lleva al Nazareno de Pasión. Una belleza intelectual, concentrada, en un renacimiento tardío que en 1615 llegaría de la mano de Martínez Montañez. Fue restaurado en el año 1974 por Peláez del Espino y en 1996 por los Hermanos Cruz Solís.

Con la intensidad del Barroco más personal llegaría la talla de Jesús del Gran Poder, obra cumbre de Juan de Mesa de 1620. Dinamismo y dramatismo, siempre presentes en el Barroco, están también en esta escultura, con la que el artista cordobés marcó un antes y un después en la Escuela Sevillana. La obra presenta la máxima manifestación del realismo, sentando las bases artísticas antecesoras al movimiento en este estilo. De 1687 se tienen las primeras noticias de Jesús con la cruz al hombro de El Valle, del de Las Siete Palabras y del Nazareno de La O, talla de notable valor artístico Pedro Roldán y que la Hermandad de la calle Castilla encarga para sustituir al crucificado que sacaba por entonces.

Dando un salto hasta el siglo XX, hacia la tercera década nos encontramos con otras dos tallas de gran valor, la del Señor de las Penas de la Hermandad de San Roque y la de Nuestro Padre Jesús de la Salud, de Los Gitanos. La primera, de Antonio Illanes de 1939, con claras referencias al de Pasión de Montañez que aporta grandes novedades tanto formales como plásticas y la segunda, de Fernández-Andes en 1938 y que vino a sustituir otra talla de incalculable valor de Montes de Oca, desaparecida en el incendio de 1936. No será hasta el siglo XXI, en 2004, y de la mano de Juan Manuel Miñarro López, cuando llegue a la Semana Santa de Sevilla la última incorporación de esta iconografía, con la imagen de Jesús de la Humildad de la Hermandad del Cerro.

Visiones poliédricas sobre la misma iconografía, sin olvidar que Jesús Nazareno no es sólo una obra maestra de la escultura, sino una imagen sagrada de gran devoción, una de las cimas espirituales del mundo.

Texto: Juan Miguel Sánchez @juanmi_sanchez_
Fotografía: José Carlos B. Casquet (@JcCasquet)